martes, 16 de agosto de 2016

LA VIDA NOS PASA... O PASAMOS POR LA VIDA

8 septiembre, 2014 de Pablo B. En el umbral Cada noche leo antes de dormir. La mayoría de las noches, me duermo un par de segundos mientras leo: es la señal para apagar la luz. Lo maravilloso es lo que pasa en esos segundos en los que las líneas se borronean y las palabras se confunden, mientras se va la conciencia. Suele ser un primer sueño, mezcla de lo leído, lo vivido en el día, lo que vendrá en el que viene. Todo se transforma y se entreteje, se disparan nuevas historias pasadas, posibles, futuras. En algún plano sé que no es real, pero tampoco es un sueño “como la gente”. Es un lugar intermedio, de amanecer y ocaso. Sospecho que en ese punto nacen muchas historias y otras se cierran. Pablo: Tengo la esperanza de que estés en algun lugar y que volveremos a encontrarnos.
Este es el texto que hoy compartimos en la misa de exequias de Pablo que escribió él... hoy es para nosotros! Otra vez nos invadió el espanto. Sin pedir permiso, volvió a golpearnos en plena cara. En quince días dos golpes atroces y certeros. Y de nuevo la sensación de no entender nada. Y de nuevo las ganas de escapar del dolor, de no tener que enfrentarlo. Y de nuevo ver que no se puede. Quiero hablarles como padre. Permítanme pone en palabras lo indecible. Déjenme que me diga, diciéndoles. Al verlos tan tristes y abatidos, ante la muerte, le pedía a Jesús, mirándolo en la cruz grande el templo, que los entendiera. A él, que llegó a gritar “Dios me, ¿Por qué me abandonaste? “(Mc. 15,34), le pedía que comprendiera el silencioso grito de dolor que nos atravesaba en la garganta. A él, que en Getsemaní se “moría de tristeza” (Mc. 14,34) le decía que no nos dejara morir en la tristeza. A él, que lloró ante la tumba de su amigo Lázaro (Jn. 11,35) le pedía que entendiera el desconcierto y la angustia, la bronca y la impotencia. Los miraba a los ojos y podía leerles las preguntas, quizás porque son conocidas; ¿por qué? ¿Para qué?. Y no tengo respuestas ni quiero inventarlas, no sería sincero ni con ustedes, ni conmigo mismo. Jesús, el Hijo, tuvo que hacer frente al silencio del Padre, pasar por la muerte, por el frio de la tumba hasta recibir la respuesta en la madrugada de una Pascua, la primer Pascua cristiana. Creo que el Padre Dios también, como nosotros, se quedó sin palabras ante el dolor del Hijo y el dolor propio. Hizo un profundo silencio durante tres días. Respondió en la Pascua. Respetemos este silencio (el suyo, el nuestro, el de los demás) y en medio de la noche, esperemos confiadamente la luz. Alguno preguntaba: ¿Cómo vamos a hacer? ¿Cómo vamos a seguir?... No sé bien cómo, pero quiero invitarlos a crecer en la confianza, en abandono…. En la confianza en Dios, en abandonarnos en El como un bebé se abandona y confía en su madre. A poner más firme que nunca nuestras vidas en sus manos… ¡Somos tan frágiles! Sin su apoyo, sin él que nos sostenga, no podemos hacer nada. Se me venía a la mente una escultura de Miguel Angel, una piedad que él hace, ya de viejo, pero sin/su tumba. Son cuatro figuras humanas: atrás, de pie, Nicodemo, a la izquierda, María; a la derecha Ma. Magdalena. Ambas mujeres de rodillas. En Medio, el cuerpo de Jesús, recién bajado de la cruz. Todos – Nicodemo, las Marías, Jesús mismo – se sostienen mutuamente en algo así como un gran abrazo. Pareciera Si alguno se mueve o saca su mano, todos caen. Siento que esta imagen es la nuestra: nos sostenemos mutuamente… Jesús está en el medio y nosotros somos parte de ese gran abrazo. Si alguien se retira, todos caemos. Abracémonos, sostengámonos, pongamos a Jesús en el medio. Quizás así podamos mantenernos alertas y en pie, para seguir andando. Recemos mucho, pidamos la confianza y la esperanza. Pablo Berbegall + (5.II.1971-23.V.2016)